sábado, 9 de febrero de 2013

Las exigencias de Iker.

                                       

Iker fue mi gran amigo de la infancia con el que descubrí muchas cosas. Recuerdo un día que regresamos a casa, cada uno con nuestra pelea interior, los dos nos habíamos copiado en un examen, yo de él y él de mi, el resultado fue un desastre total de examen y la evidencia de que habíamos hecho trampas. Se lo debíamos contar a nuestros padres y llevar firmado el examen-condena de nuestro error. Ese día, mi madre trabajaba y yo pasaría la tarde en la casa de Iker, allí merendaría y esperaría a que me recogiesen.
Cuando Roberto, el papá de Iker, llegó a casa y se enteró de los acontecimientos entendí muchas de las actitudes y comportamientos de Iker, la violencia con la que se le exigía a Iker ser el mejor, sacar buenas notas y destacar me hicieron comprender su grado de exigencia en todo lo que hacía: el tenis, las notas... Había que complacer a su padre siendo el mejor, ese grado de exigencia le ha acompañado toda la vida. Sin embargo la bronca que me cayó en casa por haber copiado me quitó las ganas de volver a engañarme, mis padres pusieron más énfasis en el modo en que se deben hacer las cosas. No es que a Roberto no le importara que hiciéramos trampas, ni que a mis padres no les preocupara que yo me exigiera más en mis estudios, pero el acento en lo que hacemos y cómo los hacemos marca la diferencia entre la exigencia y la excelencia.

Desde niños se nos inculca, de alguna forma, la importancia del esfuerzo para dar lo máximo de cada uno, ser el mejor, el primero, superarnos en los estudios, en las relaciones, en el trabajo... Muchas veces nos encontramos con personas que estas creencias se las tomas excesivamente en serio y se exigen enormemente a si mismos. Esa exigencia sobre todo se centra en el cumplimiento de mandatos para complacer a otras personas olvidándose muchas veces de sus necesidades personales. Muchas insatisfacciones en sus vidas se encuentran en la lucha continua de satisfacer a otros, de cumplir mandatos del exterior, ese tipo de exigencia nunca es suficiente, las cosas siempre pueden hacerse mejor. Visto de esa forma siempre se  fijan en lo que falta, en cómo se podría haber hecho mejor, como se pudo completar lo que hicieron y lo peor...se descalifican porque el esfuerzo no fue suficiente.
Al estar anclados en la exigencia es mucho más difícil separar lo que son de lo que hacen. Por lo que ante los fracasos, cuando reciben alguna crítica, se sienten amenazados. Desde ese modelo mental es más complicado aceptar otros puntos de vista y admitir críticas o sugerencias.
La excelencia no mira tanto al  hacer y los resultados. Mira más al ser y al compromiso con los objetivos, con lo que es prioritario para mi. La excelencia se centra en el proceso, no en el producto, en el camino más que en la meta. En la travesía del camino que se recorre hay aprendizaje, mejora, creatividad, habilidades, celebraciones, disfrute, plenitud. Y si algo sale mal es una parte de mi hacer que se puede mejorar, no soy yo. Excelencia es búsqueda de alternativas, aceptar otros puntos de vista, admitir críticas, sugerencias, no sentirse amenazado. Es lo que nos permite conectar con lo que queremos para nosotros mismos y nos hace ser trascendentes. 


2 comentarios:

  1. Muy interesante este post. Desde luego, en esos comportamientos de los padres hacia los hijos están las bases de la autoestima de nuestros hijos.No sé muy bien en que escuela deberían enseñárnoslo, pero todos los padres deberíamos saberlo.

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    1. Gracias Jorge por tu comentario. No sé si el problema está en la escuela, o en quién debería ser el maestro

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